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Cuidarse

¿Es saludable comer 3 huevos al día? La ciencia responde

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Existen miles de mitos en torno a la cantidad de huevos que se pueden comer en un día, lo que ha hecho que muchas personas se abstengan de ingerirlo. Entre esos mitos, se le atribuyen algunos daños al organismo, como que puede elevar los niveles de colesterol malo, desmentido incluso por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Un huevo aporta seis gramos de proteína y 14 nutrientes esenciales, incluyendo vitaminas A, B, D y E, además de ser fuente de calcio, selenio y yodo. Por eso, se considera que los huevos son uno de los alimentos más nutritivos disponibles a nivel mundial, según los expertos del Centro Internacional del Huevo y la Nutrición (IENC).

La Universidad de Connecticut (EEUU) ha realizado un estudio publicado en la revista ‘Nutrients’ sobre el impacto del consumo de huevos en adultos jóvenes sanos. Este estudio de 4 semanas midió el efecto de una dieta sin huevos, otra en la que se tomaban 3 claras al día y, por último, una dieta en la que los participantes consumían 3 huevos enteros al día.

La investigación comprobó que el consumo de huevos enteros mejoró la calidad nutricional de la dieta en las personas que consumieron los tres huevos enteros. También mejoró el nivel de colina, el de colesterol HDL o bueno y los aminoácidos en sangre relacionados con el riesgo de diabetes tipo 2. En cambio, los que comieron solo claras dieron peores resultados de aminoácidos en sangre indicativos de riesgo de diabetes tipo 2.

Beneficios del huevo para la salud

Un huevo contiene 215 mg de colesterol por yema, no obstante nuestro cuerpo solo absorbe el 15% cuando lo consumimos con junto a otros alimentos, lo que significa que es un alimento muy necesario para mantener una dieta equilibrada. Posee todas las vitaminas que necesita una persona excepto la C, todas ellas se reparten de forma desigual entre la yema y la clara, por lo que es muy importante comerse el huevo entero.

En la yema se encuentran de forma exclusiva las vitaminas liposolubles, A, D, E y K; el ácido fólico y la vitamina B12, donde se recoge también la mayor parte del ácido pantoténico, la biotina y las vitaminas B1 y B6. En la clara del huevo están los aminoácidos y polipéptidos, cuya función es favorecer la absorción del hierro en el intestino delgado.

El huevo es un alimento que tiene un gran valor nutricional, según datos de la Fundación Española de la Nutrición. Entre sus principales propiedades están:

  • Son ricos en vitaminas del grupo B (B1, B3, B12, ácido fólico y biotina), A, E y D.
  • Son fuente de colina, un aminoácido esencial para el sistema nervioso.
  • Tiene minerales como el selenio, el zinc, el fósforo o el hierro.
  • Es rico en proteínas: cuenta con todos los aminoácidos esenciales que el cuerpo necesita.
  • Ayudaría a prevenir los problemas oculares debido a sus contenidos de luteína y caxantina.

La proteína del huevo es de muy alta calidad. Es su principal valor nutricional. Como decíamos, la mayor parte se encuentra en la clara y contiene los nueve aminoácidos esenciales. Es un alimento fácil de masticar y digerir y tiene una gran capacidad saciante, perfecto para reducir el picoteo entre horas.

Su aporte graso es del 11% y, en contra de lo que se cree, la grasa del huevo se encuentra presente únicamente en la yema. Si quieres reducirla, bastaría con preparar una tortilla con varias claras y tan solo una yema. Aun así, es importante tener en cuenta que en la grasa se encuentran algunas vitaminas y ácidos grasos esenciales para nuestro organismo.

Lo ideal es consumir un huevo entero, pues nos aporta cantidades significativas de una amplia gama de vitaminas, especialmente la B12, que solo está presente en alimentos de origen animal, y otras como la A y D, localizadas en la yema. También cuenta con un buen aporte de ácido fólico y minerales (hierro, fósforo, selenio, yodo y zinc) que contribuyen a cubrir gran parte de las necesidades diarias de nutrientes.

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Cuidarse

Cómo abrir una cerveza sin abridor: del cinturón a las tijeras

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Muchos spots presentan momentos entrañables, divertidos o inolvidables donde se comparte esa bebida que se anuncia con familia y amigos. La verdad es que lo clavan y al vivirlos en persona se disfruta como nunca. Pero qué pasa si llegado el momento falta el abridor y esa chapa del botellín de cerveza, mejor sin alcohol, se vislumbra como un huracán capaz de chafar la experiencia.

Hemos encontrado hasta siete trucos sobre cómo abrir una cerveza sin abridor en nuestro empeño por aportar soluciones, no solo a las grandes necesidades, sino también a estas mucho más insignificantes. Por supuesto, hay que ponerse en contexto e imaginarse que no hay ningún comercio abierto donde comprar un abridor o pedirlo prestado y tampoco existe la socorrida posibilidad de pedírselo a un vecino.

Con un cinturón

Lo más probable es que alguien del grupo que se ha reunido ya sea familiar o amigo lleve puesto un cinturón. En realidad, su hebilla, si es de las normales, se parece mucho a un abrebotellas de modo que sirve perfectamente para retirar cualquier chapa.

Con un billete

Los billetes se fabrican con materiales que le dotan de una resistencia y una firmeza muy superior a la de cualquier otro papel. En este caso hay que doblar un billete verticalmente por la mitad y enrollarlo tan apretado como sea posible. A continuación, se vuelve a doblar por la mitad y su borde así doblado se transforma en un potente abridor. Solo hay que meterlo bajo la chapa y hacer presión hacia arriba para liberar la botella.

Con la chapa del marco de una puerta

Los marcos de las puertas incorporan una placa metálica con una pastilla curvada que sobresale en la que se desliza el pestillo y se encaja en el interior para que queden cerradas. El truco consiste en aprovechar ese saliente curvo y metálico para encajar la chapa de la botella y hacer presión sobre ella de modo que se abra.

Con las llaves de la puerta de casa

Se trata de elegir la llave más larga que se tenga a mano y, agarrando con fuerza la cabeza de esta llave, introducir la punta debajo de la chapa y después girarla hacia arriba. Puede que haya que repetir la maniobra varias veces metiendo la punta en el mismo hueco de la chapa hasta conseguir que se afloje y se abra la botella.

Con la cubertería

Con una cuchara o un tenedor se puede liberar la botella si se usan a modo de palanca. Solo hay que meter la punta del cubierto bajo la chapa y hacer fuerza hacia arriba para conseguir deformar sus bordes hasta que se desprenda del cuello de la botella.

Con unas tijeras

Las tijeras de cocina o de costura se suelen fabricar de acero al carbono niquelado, una aleación de acero y carbono que es más resistente que el acero inoxidable. Menos las tijeras escolares, todas sirven para quitar la chapa de una botella. Se abren las cuchillas y se mete la chapa en medio para hacer fuerza hacia arriba con las tijeras. Al final, la chapa se suelta y salta.

Con un golpe de mano

Lo primero es localizar un borde de un poyete o de una mesa, mejor de piedra o de un material resistente para no dañarlo. Con una mano se sujeta con firmeza el cuello de la botella y a su vez se coloca la parte saliente de la chapa en ese borde. A continuación, con la otra mano se da un golpe seco a la chapa hacia abajo. Lo normal es que al primer golpe no se abra, pero enseguida se coge práctica.

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Cocina-Recetas

¿Cómo quitar el exceso de aceite en fritos y comidas?

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Cocinar es todo un arte que incluye también precisión y disciplina, pero por mucho que sigamos la receta al pie de la letra, puede ser que el resultado no sea el esperado. Esto pasa en muchas ocasiones con las frituras, que queremos que queden perfectas y acaban rebosando aceite.

La fritura consiste en sumergir un alimento en aceite caliente hasta que se cocine bien por dentro, quedando crujiente por fuera. Algunos productos, como las patatas, las verduras, el pescado o elaboraciones como las croquetas, son perfectas para ello.

Los expertos en nutrición destacan que lo mejor es cocinar sin mucha grasa o con un bajo contenido en aceite, no obstante, hay recetas en las que se necesita, como en este caso, casi a la fuerza. Por eso, si queremos hacer estos platos más saludables, es aconsejable quitar el exceso de aceite que pueden absorber durante el proceso de fritura. Te contamos como hacerlo.

Procura utilizar aceite de oliva

El aceite de oliva es el más saludable a la hora de freír, aunque parezca que las frituras no son saludables, lo cierto es que muchas veces depende del producto que utilicemos. Y los expertos han demostrado que algunos alimentos, como las verduras, fritos en aceite de oliva virgen extra (AOVE) mejoran su capacidad antioxidante al transferir el aceite sus fenoles a los vegetales.

Además, el aceite de oliva es el más estable a altas temperaturas, lo que permite mantener bien y durante más tiempo los grados necesarios para llevar a cabo una fritura adecuada, pues supone que los alimentos se frían rápidamente y absorban menos cantidad de aceite que con otro tipo de grasas.

Alimentos bien secos

Si los alimentos se acaban de descongelar suelen tener exceso de humedad lo que hace que al freírse absorban mucho más aceite. Es muy importante secarlos antes de meterlos a freír. Esto ocurre mucho con las patatas fritas, por eso es bueno secarlas con papel de cocina, esto no solo ayuda a quitar el exceso de agua, sino que también tendremos unas patatas fritas mucho más crujientes y con mucho menos aceite.

El pescado y las verduras también suelen tener más agua de la deseada a la hora de freírse, en este caso es conveniente pasarlos por harina antes de freírlos para evitar que absorban tanto aceite. Y, en el caso de que vayamos a freír directamente productos congelados, como las croquetas, intentaremos evitar que tengan cristales de hielo, ya que esa agua contribuirá a que el resultado sea peor y también que nos podamos quemar durante la fritura.

Freír en pequeñas porciones

Para que la fritura quede perfecta es mejor freír los alimentos de poco en poco. Es preferible hacer muchas tandas en pequeñas cantidades o en porciones pequeñas que llenar el cestillo en exceso. Haciéndolo de poco en poco se cocinarán correctamente por todos lados y de manera más rápida. Hacerlo todo de una vez, para evitar hacer varias tandas, tiene como resultado que alimentos pegados entre ellos, convirtiéndose en una masa y absorbiendo mucha más cantidad de aceite, sobre todo si hablamos de croquetas.

Escurrir bien la fritura

Escurrir los alimentos una vez fritos es fundamental, para ello, podemos utilizar una rejilla metálica o el tradicional papel de cocina absorbente. Con ello lograremos retirar el exceso de aceite que hayan absorbido los alimentos y haciendo que sean más ligeros. Eso sí, el proceso de escurrir, sobre todo si usamos papel, debe ser rápido porque, si lo dejamos mucho tiempo, podríamos perder el crujiente que proporciona la técnica de la fritura.

Freidoras de aire, la alternativa a la fritura

Como alternativas a los fritos existen pequeños electrodomésticos que “fríen” sin aceite, como las freidoras de aire. Similar a un horno eléctrico pequeño, este equipo utiliza un moderno sistema que le permite repartir el calor de manera homogénea, logrando reducir el uso de aceite en un 97%, pero manteniendo los sabores y texturas de tus preparaciones favoritas.

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Cuidarse

LA CRISIS DE LOS 50: POR QUÉ OCURRE, CÓMO SE MANIFIESTA Y QUÉ HACER AL RESPECTO

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LA CRISIS DE LA MEDIANA EDAD, QUE SUELE ASOCIARSE CON LLEGAR A LOS 40 AÑOS, ES UN FENÓMENO QUE SUELE DERIVAR EN CONDUCTAS ERRÁTICAS O FRANCAMENTE AUTODESTRUCTIVAS

Pensar que la existencia humana es sencilla o cómoda es engañarse o ser muy ingenuo. Mejor sería aceptar pronto que la vida es una sucesión de problemas y dificultades que una vez que se solucionan, se superan o se dejan pasar (cuando es posible), surgen otros nuevos que vuelven a revolver el estado en que nos encontrábamos hasta ese momento. Aceptar esa cualidad de la vida es de alguna manera vivir bajo un principio de realidad.

Partiendo de ese punto, es de alguna manera comprensible, al menos de inicio, que llegar a los 40 años de edad pueda ser motivo de una crisis mayor para algunas personas.

En particular y sólo en relación con la duración de la vida, los cuarenta (o “4º piso” como se le llama en algunos países hispanoparlantes) representa la confirmación de haber llegado al segmento final de la vida.

Todavía hasta los 30 se percibe cierto resabio de juventud y vitalidad, pero con los 40 la historia es otra. Incluso sin sonar fatalistas ni excesivamente dramáticos, muchas personas toman conciencia de su propia mortalidad, su finitud e incluso situaciones tan elementales como la salud de su cuerpo o su bienestar sólo hasta pasados los 40 años, no por casualidad, cuando comienzan a manifestarse enfermedades o dolencias que antes no se presentaban, además, claro, de los efectos sobre la libido sexual y la sexualidad en general: la disminución del apetito o la capacidad sexual tanto en hombre como en mujeres y la amenaza biológica del límite de la maternidad para las mujeres, fenómenos generales que tienen expresiones subjetivas y sociales que cada persona vive a su manera.

Derivado de ese fenómeno, el psicoanalista Elliott Jacques formuló el concepto de “crisis de la mediana edad”, pues para muchas personas darse cuenta de que morirán algún día (y acaso sentir esa muerte demasiado cerca) se convierte, efectivamente, en una crisis, esto es, en un acontecimiento experimentado subjetivamente sin los recursos necesarios para entenderlo, incorporarlo a su vida y poder seguir de la mejor manera. Por el contrario, es común que con el cumplir de los años las personas se llenen de angustia, pánico e incertidumbre.

De ahí las repuesta subjetivas erráticas. La crisis de los 40 se suele caricaturizar con comportamientos extravagantes que sin embargo tienen su fundamento real, la mayoría de los cuales tiene como denominador común el riesgo.

Como si se tratara de una respuesta instintiva pero al mismo tiempo con cierta lógica, muchas personas responden frente a la incertidumbre arriesgando su vida y mucho de lo que habían construido hasta ese momento. De alguna manera es como si ante lo incontrolable de la existencia, se opusiera un acto desesperado para demostrar o afirmar que sí se tiene control sobre la existencia. Inútilmente, por supuesto, pues si algo caracteriza a la vida es su impermanencia, en todos los ámbitos.

Entre estos comportamientos de riesgo, algunos de los más comunes son:

  • Disolver una relación de pareja que se sostenía hasta entonces
  • Buscar relaciones sexoafectivas con personas mucho más jóvenes (menores de 30 años, usualmente)
  • Terminar de pronto una relación de trabajo estable, sea por decisión propia (aunque impulsiva) o a causa de conductas problemáticas que hasta entonces no se habían presentado
  • Abandonar también repentinamente otro tipo de compromisos y obligaciones personales y sociales
  • Tomar decisiones financieras precipitadas, tales como la compra de un bien muy lujoso, la apertura irreflexiva de un negocio, la inversión monetaria en un ámbito desconocido, etc.
  • Pretender transmitir una imagen de persona joven, a veces incluso por medios artificiales (con cirugías cosméticas y pláticas, por ejemplo)

Cabe mencionar en este punto que el factor de riesgo en esos u otros comportamientos asociados con la llegada a los 40 años no tiene necesariamente o en todos los casos una implicación negativa. En algunas personas esas conductas se pueden presentar como un “riesgo calculado”, por así decirlo. Sin embargo, su asociación con una crisis se presenta cuando el comportamiento en cuestión genera efectos dañinos para la persona y su entorno.

Si la persona, en su afán de demostrar juventud, comienza a realizar más ejercicio físico que el que hacía hasta entonces, pero lo hace con cuidado, acaso incluso consultando antes a un médico y en el límite de sus posibilidades, su conducta puede nos ser nociva, sino al contrario, puede ser que hasta sea benéfica.

Pero si, en una situación opuesta, una persona incurre en una “infidelidad” con su pareja, si adquiere, digamos, un automóvil deportivo, y con ello lastima a la otra persona o pone en riesgo el patrimonio familiar, entonces sí es posible hablar de una conducta claramente destructiva, para sí misma y para otros.

En ese sentido, la crisis de la mediana edad o la llegada a los 40 años es un hecho que no debiera tomarse a la ligera y, sobre todo, que podría enfrentarse y transitarse de formas mucho menos dañinas.

La terapia psicológica es un recurso siempre a la mano para encontrar un espacio seguro y de confianza para tratar una situación como esta. El apoyo de orientación psicoanalítica es particularmente propicio para que el sujeto escuche sus propias preguntas y a partir de éstas realizar los movimientos necesarios para “resolverlas» de alguna manera.

Pero más allá del camino que cada cual elija, lo más importante sería estar consciente de los efectos que la llegada a los 40 años puede tener sobre uno mismo y sobre los demás, así como de las consecuencias de ello.

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